Según el autor de "Sin trigo, gracias", William Davis, el trigo es el origen de muchas enfermedades. No porque en su origen este cereal haya sido nocivo -aunque aparentemente hay casos de celiaquía e intolerancia desde la Antigüedad-, sino porque las modificaciones que se han hecho, sobre todo en los años 70, acabaron convirtiéndolo en algo peligroso para el organismo: alto índice glucémico, aumento de la grasa abdominal, incremento del apetito y de las calorías que se consumen a diario, dolores reumáticos y de articulaciones, caspa, seborrea, psoriasis y un largo etcétera.
¿Es tan así? La verdad es que no lo sé, pero como ya conté en el post de ayer, la sensación de una vida sin trigo es infinitamente mejor: más descanso, menos malestar... Y eso, para mí, ya es una muestra de que algo hay. Ahora, que todo lo que afirma Davis en su libro sea cierto, ya es cuestión de fe, como casi todo en esta vida.
Por lo demás, todo sigue su curso: continúo tomando el agua oxigenada de valor alimentario como fungicida (tuve que reducir la dosis a 7 gotas diluidas en 150 ml de agua mineral), pero ahora lo combino con extracto de semilla de pomelo, también con una acción fungicida, que tiene algo de mejor sabor. Al menos, no me está dando náuseas. ¡Por ahora!
Y sigo reduciendo centímetros, a pesar de que esta semana se notó menos en cuanto a número, ya he avanzado otro agujero en el cinturón y ya no me quedan más en este, así que tendré que recurrir a otros más pequeños. Esto siempre se agradece, sobre todo cuando se suma al bienestar general.